La
responsabilidad (o la irresponsabilidad) es fácil de detectar en la vida
diaria, especialmente en su faceta negativa: la vemos en: no asistir en las
charlas diarias, no hacer el uso de EPP básico, en el frente de trabajo no
realizan el AST, llegar tarde al trabajo, operar a velocidad excesiva, trabajar
bajo la influencia del alcohol, etc.
La
responsabilidad es una obligación, ya sea moral o incluso legal de cumplir con lo que se ha comprometido.
La
responsabilidad tiene un efecto directo en la persona: la confianza. Confiamos
en aquellas personas que son responsables. Ponemos nuestra fe y lealtad en
aquellos que de manera estable cumplen lo que han prometido.
La
responsabilidad es un signo de madurez, pues el cumplir una obligación de
cualquier tipo no es generalmente algo agradable, pues implica esfuerzo.
¿Por
qué es un valor la responsabilidad? Porque gracias a ella, podemos convivir
pacíficamente en sociedad,
ya sea en el plano familiar, amistoso, profesional o personal.
Cuando
alguien cae en la irresponsabilidad, fácilmente podemos dejar de confiar en la
persona.
El
origen de la irresponsabilidad se da en la falta de prioridades correctamente
ordenadas.
La
responsabilidad debe ser algo estable. Todos podemos tolerar la
irresponsabilidad de alguien ocasionalmente. Todos podemos caer fácilmente
alguna vez en la irresponsabilidad. Pero, no todos toleraremos la
irresponsabilidad de alguien durante mucho tiempo. La confianza en una persona
en cualquier tipo de relación (laboral, familiar o amistosa) es fundamental,
pues es una correspondencia de deberes. Es decir, yo cumplo porque la otra
persona cumple.
¿Qué
podemos hacer para mejorar nuestra responsabilidad?
El
primer paso es percatarnos de que todo cuanto hagamos, todo compromiso, tiene
una consecuencia que depende de nosotros mismos. Nosotros somos quienes
decidimos.
El
segundo paso es lograr de manera estable, habitual, que nuestros actos
correspondan a nuestras promesas. Si prometemos "hacer lo correcto" y
no lo hacemos, entonces no hay responsabilidad.
El
tercer paso es educar a quienes están a nuestro alrededor para que sean
responsables. La actitud más sencilla es dejar pasar las cosas: olvidarse que
el conductor no se controló en los puntos de controles, que el personal no usa
el cinturón de seguridad, etc. Pero este camino fácil tiene su propio nivel de
responsabilidad, porque entonces nosotros mismos estamos siendo irresponsables
al tomar el camino más ligero.
El
camino más difícil, pero que a la larga es el mejor, es el educar al
irresponsable, hacerle ver la importancia de lo que ha hecho, y todo lo que
depende de él. Vivir la responsabilidad no es algo cómodo, como tampoco lo es
el corregir a un irresponsable.
Si
todos hiciéramos un pequeño esfuerzo en vivir y corregir la responsabilidad,
nuestra sociedad, nuestros países y nuestro mundo serían diferentes.